Un hombre de pie al borde del agua nos tiende en la mano un pececillo de aspecto triste. De su hombro izquierdo cuelga una bolsa de lona manchada de barro llena de peces. El hombre dice que acaba de pescarlo en el estanque que tiene a su espalda y que cuesta sólo 10 rupias.
Hace un calor bochornoso. Nos hallamos en el lugar de una de las peores catástrofes industriales de la historia. La noche del 2 de diciembre de 1984 se produjo una fuga de 36.300 kilos de gas tóxico de la fábrica de pesticidas de Union Carbide en Bhopal que envenenó a más de medio millón de personas. Se calcula que unas 10.000 murieron durante los tres primeros días, mientras las sustancias químicas destrozaban sus órganos internos. Muchas se asfixiaron con sus propios fluidos, y miles más llevan sufriendo una muerte lenta y dolorosa desde entonces.
El hombre pesca en uno de los estanques de evaporación que Union Carbide utilizó entre 1970 y 1984 para eliminar el agua de los residuos peligrosos y luego abandonó, lo mismo que hizo con la fábrica después del desastre. Nunca se han realizado tareas de limpieza. Allí siguen los residuos químicos peligrosos. El pez que este hombre se llevará a casa para dar de comer a su familia ha nadado, comido y criado en ellos.
No es sorprendente, pues, que en el 30 aniversario de la fuga de gas la gente de los asentamientos precarios de los alrededores de la fábrica en ruinas siga haciendo largas colas ante las puertas de la clínica local, quejándose de enfermedades que los médicos suelen atribuir al envenenamiento por sustancias químicas. Quienes sobrevivieron al gas también van al médico, pues treinta años después siguen luchando con los daños que las sustancias químicas causaron en sus pulmones, ojos o úteros.
La clínica Sambhavna, institución sin ánimo de lucro fundada por Sathyu Sarangi en 1984 para lidiar con las secuelas de la fuga, atiende diariamente a unas 150 personas que viven junto a la fábrica. En este centro, un oasis de aromáticas hojas verdes en medio del desierto de basuras y albañales nocivos que contaminan el asentamiento precario de JP Nagar, los médicos destilan gran parte de sus medicinas de las plantas que cultivan con agua purificada en su huerto, bien cuidado y organizado.
Aquí los médicos tratan casos de anemia, ictericia, daño renal, parálisis cerebral, defectos congénitos, problemas ginecológicos y trastornos del sistema inmunológico, la mayoría de los cuales vinculan con los metales pesados que hay en el barro y el agua de los alrededores de la fábrica. La clínica calcula que hay todavía entre 120.000 y 150.000 enfermos crónicos supervivientes del desastre.
Shahzadi Bi y su marido, sexagenarios, fueron afectados por el gas, que dañó permanentemente los pulmones de él. La pareja vive con sus seis hijos en un asentamiento precario llamado Blue Moon Colony, donde el agua está muy contaminada. Dos de sus hijos nacieron después de la fuga de gas, y Shahzadi afirma los dos sufrieron secuelas.
“Mi hija tardó cuatro años en quedarse embarazada después de casarse -cuenta-. Los médicos le dijeron que, como bebía agua tóxica, nunca podría tener hijos.”
Tras recibir tratamiento en Sambhavna, consistente entre otras cosas en utilizar agua no contaminada para beber, al final pudo dar a luz.
Los filántropos, médicos, científicos y trabajadores sociales que colaboran en Sambhavna se ocupan de una comunidad abandonada de hecho por los sucesivos gobiernos de India y las empresas responsables, que no proporcionaron asistencia médica adecuada, ni siquiera descontaminaron el lugar. En 1989, el gobierno acordó con Union Carbide el pago de una cifra para indemnizaciones a todas luces insuficiente: 470 millones de dólares estadounidenses, menos de mil dólares para cada afectado. Eso fue todo.
Union Carbide y sus nuevos propietarios, Dow Chemicals, esgrimen ese acuerdo argumentando que zanja cualquier demanda respecto a la catástrofe. Para muchos, la muerte en septiembre del ex director general de Union Carbide, Warren Anderson, que huyó de India en libertad bajo fianza, cerró el último capítulo de la saga de Bhopal y la relegó a los libros de Historia.
Pero para la clínica Sambhavna y otros, 1984 fue el principio de una crisis de salud que ha durado treinta años y que es inevitable que continúe mientras Union Carbide y el gobierno Indio se nieguen a limpiar las sustancias químicas que siguen filtrándose en las aguas subterráneas.
En los últimos diez años, Amnistía Internacional ha apoyado las demandas de la clínica Sambhavna, Bhopal Medical Appeal y otras organizaciones para que el gobierno descontamine la zona y proporcione una atención médica adecuada y para que Union Carbide pague una cantidad justa. También queremos que Union Carbide por fin pise un tribunal penal, algo que sus propietarios de Dow, claramente no le han obligado a hacer.
Este año se hizo eco de nuestras peticiones la estrella de Hollywood, Martin Sheen, que protagoniza junto con Mischa Barton y Kal Penn la película A Prayer for Rain, sobre la catástrofe de 1984.
Sin embargo, Union Carbide y Dow continúan resistiéndose a la presión. Union Carbide lleva casi 30 años eludiendo los cargos de homicidio involuntario sin que el gobierno estadounidense mueva una ceja. Dow, por su parte, mostró su desprecio por el sistema de justicia de India al negarse a comparecer a la citación judicial de noviembre para explicar por qué permitía que su filial eludiera tan graves acusaciones.
En claro contraste con la forma en que reacciona cuando empresas extranjeras contaminan su territorio, el gobierno estadounidense ha hecho muy poco para ayudar a India en el caso de Bhopal. Este año, la justicia estadounidense ha fallado que BP podría tener que enfrentarse al pago de hasta 18 mil millones de dólares de multa por contaminar el Golfo de México. Y sin embargo, las sucesivas administraciones de Estados Unidos han mostrado una vergonzosa parálisis a la hora de presionar a Union Carbide para que responda ante la justicia y pague a los supervivientes la indemnización que merecen. De hecho, Estados Unidos ofrece a Union Carbide refugio frente a la justicia.
Dow y Union Carbide se han esforzado por crear la ilusión de que el tiempo ha curado las heridas de Bhopal. Caminando por el lugar donde se halla la fábrica es fácil dejarse engañar por esa ilusión.
Allí, el verde de una vegetación exuberante se enreda entre tuberías oxidadas y depósitos de gas reventados, y el sonido metálico de la maquinaria ha sido sustituido por el piar de los pájaros. Las familias llevan a sus cabras a pastar entre la hierba crecida y los niños juegan a la sombra de la fábrica de productos químicos. Pero si te fijas bien, en las tuberías se aprecia una fina capa de polvo químico que recuerda que el veneno sigue allí y que, mientras sea así, continuará asolando Bhopal y manchando la reputación de los responsables.
Artículo publicado originalmente en Newsweek el 2 de diciembre de 2014.