BEIJING (AP) — En medio de una llamada telefónica con un cliente, un importante visitante llama a la puerta de Michael Xiong: su hijo de tres años.
Xiong, un vendedor de Chibi, una ciudad próxima al epicentro del brote de un virus, es uno de los millones de chinos que, cumpliendo la orden de su gobierno, trabajan desde casa como parte de las medidas para evitar la propagación de la enfermedad más estrictas jamás impuestas.
Después del desayuno, Xiong deja al niño de tres años y a su hermano de 10 meses con sus abuelos. El vendedor de IQAir, un fabricante suizo de purificadores de aire domésticos muy populares en las ciudades chinas que viven envueltas en smog, entra a una habitación para hablar con sus clientes e intentar encontrar otros nuevos por teléfono o correo electrónico.