El público estadounidense tomó conocimiento de la presencia de decenas de miles de niños originarios de América Central en la frontera entre EE. UU. y México, luego de que se difundieran rápidamente en las redes sociales fotografías de estos menores hacinados en centros de detención.
Con tropiezos y a empujones EEUU. ha logrado algunos avances en el traslado de la mayoría de esos niños a hogares de acogida y otros establecimientos adecuados, mientras la justicia determina si se les permitirá permanecer en el país o serán enviados a su lugar de origen.
Sin embargo, decenas de miles de otros niños en todo el mundo permanecen años en centros de detención donde las condiciones son prácticamente carcelarias, a la vez que sus solicitudes de asilo quedan paralizadas. A menudo las autoridades demoran deliberadamente los tiempos de respuesta, con la esperanza de que las personas detenidas finalmente desistan y opten por financiar ellas mismas el costo de pasaje aéreo para regresar a su país.
Bhavani, de 10 años, es una de esas niñas, y pasó un quinto de su vida en el Centro de Detención para Inmigrantes de Bangkok. La familia de la joven había escapado de Sri Lanka e intentó refugiarse en Tailandia. Pero las leyes inmigratorias de Tailandia no permiten a los solicitantes de asilo regularizar su situación ni les brindan garantías adecuadas, y el gobierno confinó a su familia en un centro de detención para inmigrantes durante dos años.
A lo largo de una década de investigación, durante la cual se abordaron las prácticas de detención inmigratoria que involucran a niños como Bhavani en todo el mundo, hemos documentado un amplio espectro de violaciones de derechos humanos y condiciones que no respetan los estándares internacionales relevantes.
Bhavani, a quien finalmente un organismo de Naciones Unidas reconoció el carácter de refugiada, es la menor de seis hermanos, que vivían todos con sus padres en Bangkok. Temprano una mañana, mientras su madre y su hermano no se encontraban en la vivienda, policías de inmigración allanaron el departamento y se llevaron a su padre y a los demás hijos al centro de detención de Suan Phlu. Allí, la policía separó a las niñas de su padre y las ubicó en celdas separadas. Cuando la madre de Bhavani se enteró de la detención, se entregó voluntariamente a las autoridades de inmigración para poder al menos intentar brindar algún tipo de protección a sus hijas.
Cada año, Tailandia detiene a miles de niños en establecimientos destinados a inmigrantes y unidades policiales en todo el país, donde las condiciones son absolutamente deficientes. Los niños comparten celdas con adultos a quienes no conocen, se les niega acceso a servicios médicos adecuados y educación, y a menudo sufren abusos y maltrato por parte de policías, guardias y otros detenidos.
Las condiciones en estos centros de detención y celdas policiales con frecuencia son degradantes e inhumanas. La hermana de Bhavani, de 12 años, contó que las personas “dormían unas encima de otras, totalmente hacinadas incluso en el baño... y en un momento ya no había lugar para sentarse”. Las condiciones insalubres generan afecciones de salud. Tras estar en una celda minúscula infestada de humo y repleta de otras personas, según nos contó su madre, Bhavani contrajo una erupción cutánea en todo el cuerpo.
La práctica por la cual se detiene a inmigrantes es un fenómeno cada vez más común. Si bien los países tienen derecho a controlar sus fronteras, la detención como medida automática expone a los niños a una situación de vulnerabilidad.
Para los niños que son detenidos, sobre todo durante extensos períodos y sin ninguna perspectiva de liberación a corto plazo, las secuelas físicas y mentales son duraderas. La detención puede crear nuevos traumas o exacerbar otros preexistentes.
En febrero de 2013, el Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas instó a todos los países a “cesar completamente la detención de niños por motivos de estatus migratorio”. Y cuando los niños sean detenidos, las condiciones deberán ser acordes con lo exigido por los estándares internacionales.
La Convención sobre los Derechos del Niño —el tratado internacional que protege los derechos fundamentales de los menores, inspirada por el principio sobre el “interés superior del niño”—estipula que todos los niños tienen derecho a la unidad familiar. En el caso de Bhavani, la familia solamente se reunía cuando una organización benéfica visitaba el centro de detención y pedía ver a todos juntos, como mucho una o tal vez dos veces por mes. Para la familia de la niña, esto fue lo más próximo a la unidad que pudieron preservar en esas circunstancias.
A pesar de esta dolorosa experiencia, Bhavani fue muy afortunada, ya que su familia se cuenta entre los pocos refugiados del mundo cuyos pedidos de reubicación son aceptados. Actualmente se encuentran en Estados Unidos. Su madre todavía manifiesta preocupación por los otros 20 o más niños que estaban detenidos con ellos, y afirma que “esto frustra su educación, su salud y su futuro”.
Lo vivido por esta familia no es excepcional. Hoy hay más de 50 millones de personas que se han visto obligadas a huir de su hogar hacia el extranjero, lo que representa un nivel sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Y más de la mitad de los refugiados en todo el mundo son niños.
Las condiciones de vida rudimentarias e inhumanas en muchos centros de detención de inmigrantes en todo el mundo no tienen en miras el interés superior del niño. Los países de todas las regiones deberían desistir de la detención de niños en centros de inmigrantes e implementar alternativas, como centros de recepción de familias con régimen abierto y familias de acogida para menores no acompañados. Deberían trabajar para posibilitar que niños como Bhavani, que han sido desarraigados, tengan alguna sensación de normalidad.